La Odisea de Amílcar

El primer viaje a Perú de Kuky Carena fue el inicio de una aventura que no termina. Narrado en tercera persona y con imágenes de Lima tomadas por él mismo, nos lleva por el sendero que va desde el adoquinado rafaelino hasta el "Puente de los Suspiros", donde la vuelta se hizo esperar

Argentina 15 de noviembre de 2016 Esteban Ruiz Esteban Ruiz
Perú

Una melodía inconfundible llena el aire, enamora y endulza mientras con mirada calma y paso lento saborea esa sensación de tiempo detenido. No estaba perdido, se había dejado perder en el cruce entre presente y pasado. "El puente de los suspiros" podía estar sonando gracias a esos músicos ambulantes capaces de completar la escena de los turistas, pero también podía haber un silencio total ya que en su cabeza era imposible separar ese rincón de Lima del romanticismo, la música y la infaltable Chabuca Granda.

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El famoso "Puente de los Suspiros" de la canción de Chabuca Granda

Allí estaba, disfrutando un momento que afortunadamente no era único, ya que era al mismo tiempo presente y recuerdo. Mientras tarareaba la música criolla se remontaba décadas y décadas, al momento en que había descubierto ese puentencito escondido.

Recordó que visitar a un amigo, a uno con el que se compartió divertidos y emocionantes momentos y experiencias a los 20 años era un deber, una promesa a cumplir. Aquel se había ido del adoquinado rafaelino al más importante club de golf de Lima, a trabajar como instructor.

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Así que, con escasa aprobación paternal y el recelo de las vacas que en su soledad pastaban en el norte sin su cuidador, a los 21 años se montó a un avión bajo la excusa de "Vuelvo en 10 días". Mientras despegaba poco a poco fue tomando conciencia: se estaba haciendo realidad, estaba por vivir en carne propia esos "otros lugares" que soñaba conocer y Lima, por suerte o destino, había sido el blanco de su primera aventura que lo llevara a surcar los cielos.

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Llegó para el reencuentro amistoso, pero sobre todo para la aventura; llegó con ganas de ser sorprendido y Lima lo hizo. La opulencia de un estilo de vida lujoso que reinaba en los alrededores del club de golf le dejó conocer esa otra vida que allá afuera algunos podían darse el lujo de tener. Un paréntesis de pocos días en el que podía vivir en medio de 18 hoyos, pasear en vehículos que no había visto ni en fotos, conocer y dejarse enamorar por aquellas amigas que iba descubriendo.

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Saborear cada plato, cada café, cada hora del día que se pasaba en un continuo de celebración: juventud, vida y amor, qué más podía pedir. Fue en esos días de paseos y festejos infinitos que llegó a Barranco y a su famoso y enamorado puentecito. Y así quedó prendido en el recuerde ese rincón, esa música y esa primera aventura que debía llegar a su final. Los diez días previstos se volvieron 45 y más tarde que temprano tuvo que desprenderse de esa fantasía en la que había pasado semanas enteras para volver a la realidad, al campo en el norte, a los adoquines y los deberes que Rafaela representaba.

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Los sabores se entremezclan en un regreso y las emociones se amontonan y confunden: lo que se termina, lo vivido, lo que ya se extraña, lo que se sabe que inevitablemente será borrado por el olvido y el intento de aferrar cada vivencia. En un intento por acomodar esos pensamientos se dio cuenta: la fantasía se había hecho realidad. Una fantasía que lo acompañaba desde su infancia en Nuevo Torino cuando la llegada cada tanto del "Pata de Palo" y su carro lleno de baratijas, algo de chatarra y unas chapas patentes alcanzaban para disparar la imaginación de un niño que se preguntaba cómo serían esos otros lugares y soñaba con conocer el mundo.

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Lima había transformado esa fantasía en el comienzo de una aventura y había decidido que no sería el final. No pasó mucho para que vuelva, apenas unos años y la excusa del reencuentro y de un torneo de golf bastaron para que desembarque nuevamente en la tierra de su primera aventura. Volvió esa y una veintena de veces más: solo, acompañado, enamorado, con hijas, con nietas, con él mismo y con el recuerdo quien era a los 21 años.

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Volvió a su puente, a su alameda y a la tierra que lo sedujo, siempre con el inconfundible canto de Chabuca acompañándolo por las calles de Barranco. Pero sabía que así como había respetado su promesa de visitar a su amigo, la de volver pronto iba a correr la misma suerte. Ese fue el momento en que se consumó un amor, - Y ese conocer tuvo un primer paso, un primer amor y un reencuentro hoy, bailando al ritmo de XXXX frente al mismo puentecito. Aunque tal vez no...

Autor: Amílcar "Kuky" Carena                       

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